Retrospectiva:
EL CINE DEL ASIA CENTRAL 20º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata - 2005
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DEL CAMINO DE LA SEDA AL CAMINO DEL CELULOIDE |
Recorriendo
la cartografía del cine mundial nos encontramos con regiones, como la del
Asia Central, que resultan un interrogante dadas la escasa información
que nos llega y el consecuente desconocimiento de su producción
cinematográfica. Una
primera aproximación nos revelaría un fenómeno que nos invita e
incentiva a detenernos en ella de manera exhaustiva. Integrada
por cinco países que conformaron la ex Unión Soviética (las repúblicas
denominadas “stán”: Kazkhstán, Uzbekistán, Kirghizstán, Turkmenistán,
Tadjikistán), a partir del derrumbe de la misma, a fines de los años 80
y comienzos de los años 90, se produjeron sustanciales cambios,
incluyendo la independencia de estos países, y, como consecuencia, sus
destinos se revelaron en forma diferente. Todas
ellas están vinculadas por su proximidad geográfica, sin embargo, cada
una posee su propia cultura particular, y esto distingue el propio cine
nacional.
Estos
cambios se reflejaron también en su cine, el cual fue ganando un
paulatino reconocimiento a partir de la participación en los festivales
internacionales (Cannes, Berlín, Karlovy Vary, Toronto, Locarno, Festival
de los 3 Continentes, Festival de Otoño, etc.), y el haber sido objeto de
distintas muestras y retrospectivas en diversos centros culturales de
importantes capitales del mundo (Centro Georges Pompidou, Lincoln Center,
etc.). Luego
de los sucesivos descubrimientos en nuestro medio del cine chino, taiwanés,
iraní y, más recientemente, del coreano, nos quedaba pendiente inquirir
acerca de este cine, muy cercano geográficamente a los anteriores y con
algunos puntos de contacto con estas cinematografías. Pero
también cabe preguntarse por qué, salvo muy contadas excepciones, no nos
llegaron anteriormente ejemplos del cine de estos países. La respuesta es
que, además del sistema mundial de distribución y exhibición de películas,
cuando la URSS colapsó, se acabó con el aparato de producción y
distribución de los films del Asia Central. Sin
embargo, durante este tiempo se han estado produciendo películas, y la
posibilidad de verlas ha sido el resultado de un enorme esfuerzo de unos
pocos investigadores, programadores y organizadores de festivales. Pero
los films son merecedores de este esfuerzo. En estos países,
culturalmente ricos, encontraremos algunos films que son prodigios
artesanales, y otros que revelan intenciones de industria, pero en todos
los casos de gran riqueza artística y poética. Tal
vez resulte conveniente hacer un breve repaso sobre la historia de la región
y del cine en estos países para comprender un poco más este presente.
Reseña
histórica.
El
término Asia Central corresponde más a una denominación de la ex URSS,
que a una definición geográfica occidental, la cual es mucho más vasta
que la zona extendida desde los Cáucasos hasta el Turkestán chino
incluyendo el bajo Volga, Siberia, el norte de Irán y Afganistán. Una definición menos política pero más cultural de Asia Central también incluiría Afganistán y Xinjiang la provincia más occidental de China, donde viven muchos kazakhos.
En
estos países el paso y el asentamiento de los pueblos iraníes, turcos,
árabes, chinos, mongoles, indios y eslavos han creado todo tipo de
intercambios, cruces étnicos e hibridaciones. La configuración de los
estados y de los sistemas políticos no han dejado de cambiar a lo largo
de los siglos. Aunque
la población de la región es de una herencia cultural mixta, su
principal religión sigue siendo el Islam –sobre todo desde la
independencia-, especialmente en Tadjikistán donde el Partido del
Renacimiento Islámico estuvo en la vanguardia de la Guerra Civil de
1992/97, y en Turkmenistán, probablemente el menos secular de los cinco
estados que tienen un presidente vitalicio y ninguna oposición política.
Kazakhstán sigue siendo el único estado centroasiático con una paridad
entre musulmanes y cristianos; en algunas partes del Kirghizstán rural
hay también una tendencia de creencia islámica fuertemente influida por
las más viejas prácticas religiosas chamánicas.
Salvo
el tadjik indoiraní, los idiomas particulares de toda la región son de
origen turco (aunque la lengua franca de la población continúa siendo el
ruso); todos estos idiomas son escritos en la escritura cirílica, aunque
Kirghizstán, Turkmenistán, y Uzbekistán han estado planeando por mucho
tiempo cambiarlo por el alfabeto latino.
A
primera vista la cuestión de los idiomas de la región y sistemas ortográficos
podría parecer marginal, por lo menos comparado a sus religiones. Pero de
hecho refleja los fuertes cambios políticos que estos países atravesaron
durante la era de dominación soviética. La
actual tendencia de continuar considerando a estos 5 países como un único
bloque es parte de esta herencia del período soviético. Desde la
separación de la URSS su población ha experimentado un renacer de su
identidad islámica. Culturalmente
se la distingue por sus grandes contrastes entre los sedentarios uzbekos y
tadjikos y los nómades kazakhos de la gran estepa, kirghizos de las montañas
y turkmenos del desierto. Abordando
específicamente el aspecto de su cine, una primera lectura nos indicaría
que los códigos y sistemas de representación de las diferentes
concepciones narrativas han sido influenciadas por igual tanto por los
desarrollos históricos como por la riqueza de las tradiciones culturales.
Las primeras proyecciones cinematográficas en el Turkestán ruso tuvieron
lugar en Tashkent, en 1897, pero no fue hasta los años 1924 a 1934 que se
establecieron los primeros estudios locales. No sorprende que siendo
Uzbekistán la república soviética del Asia Central más densamente
poblada, haya sido la primera con su propio estudio cinematográfico,
Buchkino, una subsidiaria del estudio Sewsapkino de Leningrado, fundado en
Buchara en 1924. Al año siguiente abrió en Tashkent el estudio de cine
"Estrella de Oriente". Ashkhabad,
la capital de Turkmenistán, consiguió su propio estudio en 1926: el
Ashkhabad Kinofabrika. En 1929 Kazakhstán consiguió una unidad de cine
documental que era una subsidiaria de Vostokkino, y su estudio, en
Alma-Ata (hoy Almaty) en 1934. Tadjikkino (luego Tadjikfilm), el estudio
para documentales y noticieros cinematográficos de Tadjikistán, se fundó
en 1930. Y finalmente Kirghizstán consiguió su primer estudio cinematográfico
en 1942. Allí se empezaron a producir agit-films, películas documentales y noticieros de actualidades. Las películas proyectadas fueron inspiradas por las principales preocupaciones ideológicas: colectivización, industrialización, urbanización, la lucha contra el Islam y la emancipación de la mujer. En pocas palabras los estudios se convirtieron en institutos nacionales, pero esto no implicó una mayor atención a la especificidad nacional. El cine principalmente tenía la obligación de servir al objetivo de sovietización. Los
primeros largometrajes de Uzbekistán se filmaron en 1924, entre ellos Pachta-Aral
por Nikolai Shtsherbakov y Minaret
of Death de
Vyatsheslav Viskovsky. El primer largometraje de Turkmenistán fue White
Gold (1929), un capítulo
semi-documental y de agit-prop de la colectivización, por el director A.
Vladycuk - pero para algunos era demasiado documental, y consideran el
film de Dmitry Posnansky Never
to Forget (1931)
de ser el primer auténtico largo de Turkmenistán. El primer largo Tadjik,
When Emirs Die de
Lydia Petshorina, que también enfocó la construcción y colectivización
de un kolkhoz, apareció en 1932. Tomó siete años para Kazakhstán
producir finalmente un largo, Amangeldy (1931) de Moishe Lewin. En
último término, Kirghizstán tuvo su primer largo en 1955: Saltanat
de Vasilli Pronin - en esencia una producción de Mosfilm con un tema
local. El primer film kirghiz desarrollado localmente, My
Mistake, fue rodado
por Ivan Kobyzev en 1957. Los
pioneros cinematográficos del Asia central generalmente vinieron de las
repúblicas occidentales - Rusia, Ucrania, Bielorussia - y provinieron de
las segundas y terceras líneas de la producción cinematográfica. Es
a partir de los años treinta que el cine de Asia Central se emancipó y
fue creciendo. Durante
la Segunda Guerra Mundial, el desplazamiento de los estudios de Kiev,
Leningrado y Moscú hacia la periferia de la URSS, a Ashkhabad (Turkmenistán),
Tashkent, Duchanbé (Tadjikistán) y sobre todo Alma Ata, creó una
emulación cinematográfica en toda la región – cabe destacar que
Eisenstein rodó la primera parte de Iván el terrible (Ivan
Groznyi), 1943-45, en
Alma Ata. Kirghizstán estuvo a la saga, los estudios de Frunze no serán
operativos sino hasta fines de los años cincuenta. Generosamente
financiado por la URSS, el entrenamiento para técnicos y artistas como así
también la adquisición de equipos modernos fue favorecido en gran medida
por esta reubicación. Sin embargo, la omnipresente censura de la era
estalinista -la cual siguió después de la guerra- creó un vacío
enorme. Entre 1945 y 1955 la producción cinematográfica casi fue
borrada. De
todos modos, muchas obras poderosas y originales, inteligentemente hechas,
pasaron desapercibidas para la vigilancia de los censores y plantaron las
semillas, desafiando la centralización.
El
“deshielo soviético” de los años sesenta impulsado por Khruschev sólo
produjo un cambio parcial: mientras el status de los idiomas y su ortografía
quedó inalterado, una cierta renovación de autonomía cultural fue
promovida torpemente: fueron apreciadas las características locales,
aunque siempre se suprimió debidamente cualquier manifestación de
sentimiento nacionalista. El
auge del cine centroasiático comenzó propiamente durante este periodo. Fue alentado un estilo más realista, más personal de cine – obviamente dentro de los límites de los intereses del Partido. (Esto no quiere decir que durante la era estalinista no se haya producido ningún film interesante o muy personal, como ciertas historias del cine sugieren, sólo que no contaron con el beneplácito oficial). Mucho dinero se invirtió en la industria cinematográfica y la producción creció. El desarrollo continuado de estudios cinematográficos regionales, no sólo en Asia Central sino también en Georgia, Ucrania, y Armenia también fue beneficioso para las repúblicas menores. De nuevo, este desarrollo fue acompañado por la llegada a Asia Central de directores de cine provenientes de la URSS occidental, como Vladimir Motyl en Tadjikistán o Larissa Shepitko y Andrei Mikhalkov-Konchalovsky en Kirghizstán; estos últimos dos directores de cine fueron los primeros en adaptar los trabajos del famoso escritor khirghiz Chingiz Aitmatov: Heat (1963), de Larissa Shepitko y The First Teacher (El Primer Maestro, 1965), de Andrei Mikhalkov-Konchalovsky, obras maestras ambas, y que básicamente allanaron el camino para el cine de Kirghizstán llegando a transformar los muy pobres medios de producción locales y la fuerte tradición documental de la república en una ventaja estética. Este movimiento en los límites del imperio soviético también permitió a Shepitko y a Konchalovsky que usaran sus respectivas películas para considerar los límites morales del utópico ideal de progreso soviético.
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Los primeros maestros. Para
esta época regresaron a sus países los primeros alumnos recién salidos
del VGIK (la famosa escuela de cine de Moscú) y algunos años más tarde,
los primeros maestros del cine de Asia central aparecieron finalmente:
Majit Begaline en Kazakhstán; en Kirghizstán Tolomuch Okeev y Bolotbek
Shamshiev; en Uzbekistán Ali Khamraev y Chukhrat
Abbasov;
Davlatnazar Khudonazarov en Tadjikistán y en Turkmenistán Khodjakuli
Narliev. Estos
hombres son no sólo los cineastas fundadores, sino que ellos estuvieron
también comprometidos, asumiendo responsabilidades profesionales y políticas:
Okeev y Shamshiev llegaron a ser candidatos electorales y Khudonazarov fue
elegido primer secretario de la Unión de Cineastas de la URSS en 1990. Ali
Khamraev en Uzbekistán y Tolomush Okeev en Kirghizstán
resumen la esencia de sus respectivas culturas cinematográficas.
Una
obra maestra siguió a la otra, aunque no escaparon de los temas propagandísticos
anteriormente mencionados. Los vínculos estrechos entre el documental y
la ficción, el estudio profundo de la psicología del héroe y la maestría
del uso del blanco y negro confirman la influencia de las películas
neorrealistas italianas, vistas por primera vez en el VGIK. Desde
finales de la década del 60 la censura por parte de los estudios Goskino
y las autoridades locales sofocaron la renovación. Los directores se
vieron condicionados a realizar películas al gusto del Estado con la
esperanza de obtener la posibilidad de trabajar en sus propios proyectos.
Durante la década de los 80 se prohibieron numerosas películas, pero la
motivación de los censores fueron oscuras: el protagonismo del héroe
negativo fue la causa principal que generó temores, sospechas y
desconfianza en un sistema que reflejaba la presencia de un Estado
paranoico. En
un esfuerzo por revitalizar a la sociedad doblegada por una crisis económica
e ideológica, Gorbachov puso en marcha la política de la Perestroïka
(Reconstrucción) y Glasnost (Transparencia). A
finales de los ochenta, el cine kazakh fue el primero en aprovechar los
vientos de libertad que trajeron consigo estos cambios.
La “Nueva Ola Kazakh”. Unos
diez jóvenes realizadores formados a mediados de esa década en el VGIK,
en la clase de Serguei Soloviev y conocidos como “la banda de Soloviev”,
regresaron al país en 1987. Allí habían aprendido a trabajar con muy
pocos recursos y confiar en la improvisación. Llamativamente, bajo la
influencia de la escuela de Moscú, el cine se abría a un movimiento
under y a las influencias del género “road movie” de directores
norteamericanos y alemanes, mientras mantenían una relación intensa con
los clásicos italianos, franceses, japoneses y de la India. Por
primera vez un camino al individualismo fue abierto oficialmente. En el
mundo del arte la creación fue liberalizada; esto era una sensación
absolutamente nueva para los artistas soviéticos. Así
es cómo nace la “Nueva Ola Kazakh” con Rachid Nougmanov, cuyo
primer largometraje, The Needle (La
aguja), de 1988, con la estrella de rock soviética Victor Tsoï,
deviene un film de culto, siendo uno de los primeros en romper con el tabú
de la adicción a las drogas, con Serik Aprymov, cuyo film Last Stop
(Estación terminal), de 1989, hará época; y junto a
ellos, Amir Karakulov, Ardak Amirkulov, Abaï Karpykov y Darejan Omirbaev
(que hará su debut más tarde, en 1991, con Kairat). Algunos
de sus films fueron premiados muy pronto en los grandes festivales. Es
comúnmente sabido que las artes y la cultura se anticipan y registran
primero los cambios en una sociedad, y en este caso el cine, como el tipo
más dinámico de arte, empezó a cambiar antes que las otras expresiones
artísticas. El
así llamado chernukha (cine oscuro y deprimente) de los años 80
– Interdevochka de Pyotr
Todorovsky, The
Little Vera de Vasili Pichul,
The Thieves in the Law y muchas otras - revelaron el lado sombrío
de la realidad soviética y criticó los problemas existentes, pero en
ellos aún se sostenía la estética soviética.
En
las películas de la “Nueva Ola Kazakh” se hizo clara una nueva
percepción de la realidad. Ya no eran films claramente soviéticos, pero
aún no eran totalmente asiáticos. A
su manera, la “Nueva Ola Kazakh” lleva el testimonio de este
momento de transición y de gran mutación, justo a fines de la prerestroïka,
y antes que la independencia frente a Rusia fuera definitivamente
consumada. Cuando Andrei Plakhov señaló tempranamente el surgimiento de los directores de la “Nueva Ola Kazakh” por asociación con la Nouvelle Vague, apuntaba precisamente a esta influencia francesa, pero se podría agregar que la influencia venía del cine occidental en general, que había un intento de asimilación de los paradigmas de Occidente. Esta renovación recuerda menos a la Nouvelle Vague francesa propiamente dicha que a los nuevos cines alemán, polaco, brasileño, checo, que le sucedieron. Contrariamente al cine ruso nacido de la perestroïka, donde el principal interés reside sobre todo en lo sociológico y que así como fue descubierto así fue a menudo rápidamente olvidado, el cine kazakh se distingue por las muy singulares preocupaciones formales y por una muy personal forma de la elaboración del relato cinematográfico. En
estas películas hechas antes del derrumbe de la URSS, las imágenes del
ambiente social y la vida diaria –esto es, de la especificidad nacional
y étnica- estaban ausentes. Aún predominaba incluso la mirada histórica,
dominante en la Federación Rusa, e incluso en la propia Kazakhstán, que
la historia de su industria cinematográfica nacional empezó con el
arriba mencionado film de Moishe Lewin Amangeldy, aunque la película
fuese enteramente el trabajo del estudio Lenfilm, salvo el rodaje en las
locaciones. Sólo después de la independencia comenzaron los
historiadores de cine a reexaminar esas definiciones de
"historia" y "nacional", y lentamente llegaron a la
conclusión que la industria cinematográfica nacional kazakh empezó en
1953 con el debut cinematográfico del director Shaken Aimanov, Poem of
Love. Más tarde, en su honor se denominaron así los Estudios
Kazakhfilm y el primer festival nacional de cine de Kazakhstán
“Shaken’s Stars” (1 al 5 de octubre de 2003).
Un cine de identidad propia. Pero este fenómeno que se dio en Kazakhstán no se manifestó de la misma manera en los otros países de la región. Con la independencia se abrió también en cada uno de ellos un camino diferente. Cuando la catástrofe que se venía anunciando, es decir, el derrumbe de la URSS, finalmente se hizo realidad, dejó de existir el armazón económico y administrativo dentro del que los estados modernos del Asia Central habían sido desarrollados. No sólo esto sino que también se generó un gran vacío ideológico, al ser denigrado el fundamento teórico de todo lo construido hasta ese momento. Esto permitió que coexistieran en la sociedad al menos cuatro tipo de mentalidades diferentes: ·
una soviética,
principalmente típica de la generación más vieja dónde la lealtad a
las formaciones sociales y políticas anteriores es obvia;
·
una étnica todavía
dominada por las costumbres nacionales, tradiciones, y perspectivas de un
tipo patriarcal de sociedad; · una religiosa islámica - regresando al tipo musulmán de reglamentación de la vida; ·
una Occidental
enfocada en construir una sociedad democrática
moderna. Este
esquema también puede ser aplicado para el conjunto de los países. Por
ejemplo, podemos ubicar a Turkmenistán en el plano étnico un ciento por
ciento, con una regresión de la sociedad entera al feudalismo. El poder
del presidente, como un khan, estableció un culto absoluto a la
personalidad con un juramento de lealtad vasalla requerido de todos los
ciudadanos. Tadjikistán y Uzbekistán permanecen entre los planos étnicos
y religiosos. La religión musulmana juega el papel ideológico dominante
porque el Islam tenía una influencia históricamente fuerte en estos países
de civilizaciones sedentarias. Las tendencias de occidentalización son más
pronunciadas en Kazakhstán y Kirghizstán. Varias dificultades tuvieron que afrontar los cineastas durante los 90: se vaciaron los estudios; los ejecutivos, técnicos y artistas se encontraron desocupados; el equipamiento como así también el sistema de producción se dilapidó. La falta de financiamiento no fue el único problema serio que los cineastas tuvieron que enfrentar: las autoridades locales habían heredado los estudios y controlaban la producción de los muy pocos proyectos que surgieron. A medida que se buscaba una nueva identidad para rellenar la grieta entre el pasado reciente y el presente, la elección de la producción histórica regresó a la tradición de la propaganda de la cual estos países conocían bastante bien. De
a poco se fue recuperando el ritmo de producción a través de los
estudios independientes que comenzaron a apuntar al público local y ruso
como así también a la televisión. Sin embargo el cine de estos países corría distinta suerte: mientras que los uzbekos y los kazakhos lograron mantener un cierto nivel de producción, Tadjikistán fue devastada por la guerra civil, Turkmenistán luchaba bajo una nueva dictadura y la producción de Kirghizstán fue bloqueada durante una década. El occidente cinéfilo fue la única alternativa para el cine de autor a quien le faltaba financiamiento y público en su propio país. Las olas del cine de Asia Central de los años recientes apuntaban a ese público a través de festivales y distribuidores especializados. Así se fueron conociendo los films de los tadjikos Bakhtiyar Khudoinazarov, Jamshed Usmonov, los kazakhos Satybaldy Narymbetov y Darejan Omirbaev y los kirghizos Aktan Abdykalykov y Marat Sarulu. El optimismo reapareció: nació el reconocimiento internacional, que llevó a coproducciones extranjeras y un renovado diálogo con los estudios que de esta forma renacieron. Pero
volvamos a las diferencias entre los distintos países a partir de este
momento de quiebre y de transformación, retomando la situación en
Kazakhstán. Ya
fue mencionada la occidentalización del cine kazakh a partir de la nueva
ola. Tal vez esto haya sido producto de vivir en la región de
intersección entre Occidente y Oriente, y
como nómades, ellos hayan sido muy adaptables a las varias influencias
culturales. Los directores de cine kazakh entonces han podido usar esta
habilidad cultural de adaptación y lo enriquecieron con un conocimiento
completo del cine occidental y las técnicas occidentales de filmación;
esto hizo que sus películas fueran comprensibles y abiertas al mundo. Pero
cuáles fueron las características de ese cine? Los directores salieron a las calles, entraron a las casas reales de personas de carne y hueso, intencionalmente no construyeron ningún set y evitaban alterar la realidad. La mirada documental fue parte de su estilo. También renunciaron a los actores profesionales incluyendo en los films desde músicos (como el ídolo del rock Victor Tsoï) hasta amigos, cineastas e incluso habitantes del pueblo de Aksuat (protagonistas del film Last Stop ). Aquí cabe señalar que como grupo egresado del VGIK trabajaron intercambiando los roles técnicos, destacándose así su ductilidad y el sentido comunitario de los mismos. La psicología del héroe fue modificada, presentándolo como un personaje de alguna manera todavía ganador, pero algo irónico, solitario, taciturno y reservado. El
tema del cambio, del deambular, de la búsqueda de un nuevo camino fue
planteado en casi todo el cine de la Unión Soviética de esa época, pero
fue en la zona centroasiática donde se expresó de manera más
contundente. Por último es interesante señalar que no sólo se cuestionó la mentalidad soviética si no que no se ensalzó, ni reivindicó, la étnica en su lugar. El público objetó, por ejemplo, la exposición de Serik Aprymov de los problemas y conflictos en las provincias kazakhs. Él fue acusado de levantar su mano contra el más santo de los lugares: el “aul”, el pueblo natal. La
“Nueva Ola Kazakh” abrió el cine de Asia Central al mundo, al ser el
más Occidental entre los Orientales. La occidentalización del cine
kazakh se puede interpretar como la protesta de un país colonizado contra
la sovietización. En
el caso de Kirghizstán, se planteó el retorno a una visón idealizada de
la cultura tradicional. Los referentes fueron los maestros de los años
60: Okeev, Bazarov, Shamshiev. Pero mientras estos se apoyaban en la
literatura de Chingiz
Aitmatov y Mukhtar Auezov, los directores de los 90 se apoyaron en sus estéticas
visuales. Aktan
Abdykalykov, por ejemplo, creó las películas más interesantes que
representan la búsqueda de una identidad nacional. Él asocia su método
constructivo con el kurak, un tipo de patchwork formado por
fragmentos de tejidos. Él no apela a una historia lineal sino que va
enlazando situaciones, impresiones, recuerdos y detalles concretos hasta
conformar un todo coherente donde se refleja la particular cultura kirghiz,
con sus tradiciones y rituales (por ej.: Beshkempir / El hijo adoptivo,
estrenada comercialmente en nuestro medio). En esta dirección también se
encuentran los directores Bekzhan Aitkuliyev y Ernest Abdizhaparov, donde
ceremonias funerarias, el arte oral y poético, el pasado nómade se
encuentran presentes en su cine. A ellos debe sumarse el cine de Marat
Sarulu (In Hope, 1993, My Brother Silk Road
[Mi Hermano Camino de la Seda], 2001, The
Rough river, The Placid Sea, 2004), quien intenta preguntarse, como
los demás, acerca de la propia identidad de la moderna Kirghizstán y
definir las tareas más importantes de las nuevas generaciones.
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Pasando
ahora a Uzbekistán, si en un primer momento se podría pensar que el
camino sería similar al de Kazakhstán, es decir, expresando una mirada
pro-occidental y lejana de las tradiciones étnicas, el desarrollo
posterior de su cine se orientó hacia la búsqueda de su propia
identidad. A
mediados de los años 90, desde las disposiciones gubernamentales, se
impulsó un proceso de producción cinematográfica para la distribución
local, tratando de emular un fenómeno similar que se da en la India.
Estas películas apuntaron a promover la imagen de un Uzbekistán
independiente, crítico tanto de la sociedad soviética como de la
occidental. Hay muy pocas
innovaciones artísticas en estas películas, pero ha habido un tremendo
progreso en el proceso de volverse una industria rentable. Esta
política gubernamental, que apoya con subsidios a la industria cinematográfica,
evoca el desarrollo del cine iraní durante la última década. En
este sentido, cabe citar al director Yusup Razikov, quien expresó:
"Cuando todas las repúblicas declararon su independencia, se vio que
Uzbekistán podría ser totalmente autosuficiente. Nosotros construimos
nuevas fábricas; produjimos productos agrícolas y así sucesivamente.
Nuestra autosuficiencia es la realidad… es imposible alcanzar otros
mundos sin un sentido de autovaloración y autosuficiencia. La conciencia
tiene que madurar y sólo madura cuando sufre la búsqueda de la propia
identidad". De
él se podrán ver dos ejemplos diferentes de una mirada crítica al
pasado soviético. A través de Orador
(El Orador, 1998), el
director reconstruye con precisión los eventos históricos del
establecimiento de la autoridad soviética en Asia Central y describe, al
igual que en The First Teacher
, cómo intervinieron las autoridades intentando alterar y
modificar las costumbres y estructuras sociales tradicionales. También en
la comedia Comrade Boykenjaev
(Camarada Boykenjaev,
2002) el director describe e ironiza sobre un tipo de mentalidad
burocrática desarrollada en los tiempos del régimen soviético. La
situación más difícil del cine de la región se presenta en Turkmenistán
donde impera el régimen totalitario del presidente Saparmurad Niyazov,
autoproclamado Turkmenbashi ("Padre de los
turkmenos"), y presidente vitalicio, por una enmienda constitucional
de diciembre de 1999. Se
prohibieron al público todas las películas producidas durante los años
anteriores a la independencia. Esto incluye las películas Mankurt
(1990), de Khodzhakuli Narliev, Little Angel, Bring Me Joy (1992),
de Usman Saparov. El gobierno anunció también el cierre del teatro, la
ópera y el ballet aduciendo que estas formas de arte no eran típicas de
la cultura tradicional turkmena. En cuanto al cine, ya no existe en
Turkmenistán. Sin embargo, antes de que las puertas se cerraran, los
directores de cine turkmenos intentaron comunicar sus problemas a través
de sus películas metafóricas. Pero, por ejemplo el film The
Night of the Yellow Bull (La
noche del toro amarillo, 1996) de Murad Aliev, que recuerda el trágico
terremoto que destruyó la capital turkmena en 1948 y que produjo cerca de
100.000 víctimas, no pudo ser nunca estrenado.
Si en algunos films la pérdida de la identidad y las raíces nacionales puede ser considerada como uno de los problemas más importantes (Mankurt) o se plantea un adiós a las realidades soviéticas (Little Angel, Bring Me Joy), también la presencia de los así llamados nuevos turkmenos (pertenecientes a la recientemente proclamada elite financiera) son retratados en algunos films, como en Karma and Redemption de Khalmamed Kakabaev. A pesar de su occidentalización general y ámbito urbano, el film tiene más bien una profunda cualidad filosófica. En este caso, se pueden encontrar similitudes con el cine iraní de los años 80 y 90. Si
uno puede encontrar en los films una tendencia a regresar a los valores
del pasado, a ciertos mitos fundacionales, planteados como punto cero,
esto se podría interpretar como una respuesta a los procesos sociales,
económicos y políticos actuales. Se presenta una inquietud muy grande
acerca del presente, asumido tal vez como un interrogante sin esperanza. Esta
naturaleza alegórica no es sólo característica de los directores
turkmenos sino también de todos los directores de cine de Asia Central.
Finalmente
el cine tadjik de los años noventa es un fenómeno único. Durante los
seis años de guerra civil, la industria cinematográfica prácticamente
dejó de existir en Tadjikistán. Mientras durante el período soviético
se producían anualmente unos 12 largos y 50 cortos, documentales y cine
de animación, luego de la guerra civil, se filma una película cada dos años.
Hoy,
prácticamente todo el cine tadjik es hecho por directores que se
encuentran fuera de su país. Ellos crearon el cine tadjik actual. Esto
ilustra aquella definición de nación como “una comunidad
imaginaria”. Cada película
de estos realizadores, ya sea ficción o documental, como una pieza de
mosaico, contribuye a formar una visión completa de un país y su gente.
No hay muchas películas filmadas en Tadjikistán durante la década del 90 pero cada una de ellas tiene su lugar especial. Kosh
Ba Kosh (1993) de
Bakhtiyar Khudoinazarov recibió el León de Plata en el Festival de
Venecia y colocó en el mapa a Dushanbe, la capital. The Presence
(1995), una película de Tolib Khamidov, se exhibió en el forum del
Festival de Berlín. Esta transmite la atmósfera compleja de desesperación
y esperanza de las personas que viven bajo las condiciones de una guerra
civil. The Flight Of The Bee (1998), una película de Jamshed
Usmonov, codirigida con el coreano Biong Jun Min, participó en la
competencia del festival de San Pablo.
Finalmente, en 1999, Moon Papa (Luna Papa, estrenada comercialmente en nuestro medio), de Bakhtiyar Khudoinazarov, llegó a la pantalla y desplegó su imagen caleidoscópica. Esta película presenta admirablemente las variadas mentalidades y en general los aspectos absurdos de la vida en Tadjkistán y Asia Central. Es
obvio que el potencial para la futura reconstrucción es más que
suficiente. Esto significa que nuevas películas serán hechas, y nuevas
ideas serán expresadas, pero esto va a suceder no "debido a" si
no "a pesar de". A pesar del hecho que el estudio Tadjikfilm no
existe debido a la falta de presupuesto, y a pesar del hecho que se suponía
que el cine de Tadjikistán se extinguiría. En esto se evidencia otro fenómeno
del cine centroasiático. En general nosotros podemos decir que en los países del Asia Central post-soviético, las situaciones de la producción cinematográfica y los films mismos reflejan los problemas sociales y políticos e indica las direcciones de desarrollo en el periodo de transición. Ellos no sólo transmiten las tendencias ideológicas si no también las mentalidades de las personas en su vida cotidiana. En cierto modo, tuvo lugar una apertura de las fronteras culturales. Asia
Central transformó el territorio soviético en asiático. La búsqueda de
la identidad -personal y nacional- está en el centro de gran parte de
estas cinematografías. El tiempo dirá si estas tendencias se fortalecerán o cambiarán en una dirección diferente.
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Acerca de los films y los directoresEl cine de los maestros.
Esta retrospectiva propone un abordaje del cine de la región comenzando por una pequeña pero significativa muestra del cine de los primeros maestros, quienes abonaron el terreno para el desarrollo ulterior del cine de cada ex república soviética. Algunas operas primas señalan la calidad de la enseñanza impartida en el V.G.I.K. (Instituto Estatal de Cine de la Unión Soviética con sede en Moscú) de donde egresaron los directores incluidos en esta retrospectiva. Este
no es sólo el caso de Tolomush Okeev (1935-2001), Andrei
Mikhalkov-Konchalovski (1937) y Khodjakuli Narliev (1937), sino también el de los directores que dieron lugar al
nacimiento de la “Nueva Ola Kazakh”. Del
primero de los mencionados se podrá ver su opera prima
“Bakajdyn
Zajyty (Nebo Nachego Dietstva)”
(Bakay’s Summer Pasture [The Sky Of Our Childhood] / La pastura de
Bakay [El cielo de nuestra infancia]) film de 1967; y del segundo “Pervyj
Uchitel” (The First Teacher
/ El
primer maestro),
film de 1965.
En
el caso de Mikhalkov,
si bien él proviene de Moscú, su presencia fue importante para el cine
de Kirghizstan durante el período del “deshielo” de la era Khruschev.
Okeev ingresa al cine como ingeniero de sonido, actor y escenógrafo. Él marca los inicios del cine kirghizo en los años sesenta y su legado es, sin lugar a dudas, el recurso más preciado por los cineastas kirghizos contemporáneos. Poeta nato, cuenta sus historias principalmente a través de sus paisajes, dentro de los cuales las personas constituyen un elemento integrado en un todo, dando como resultado un delicado cine panteísta. Sus narraciones son normalmente mínimas, con pocos giros de la trama pero con alegatos contundentes acerca de las conductas de los hombres. Junto
a su nombre hay que considerar también el del escritor coterráneo
Chingitz Aitmatov (1928). Sus novelas y guiones no son sólo la base para
mucho de los films clásicos del país (“El primer maestro”)
sino que también sirvió como modelo estético. Aun cuando Aitmatov no
estuvo directamente involucrado en la producción de una película, todavía
ejerce una influencia artística fuerte e inequívoca. Por ejemplo el
director Marat Sarulu (1958), en su desempeño como guionista, ha
trabajado en colaboración con él en varias películas. El
sentido del lirismo de Aitmatov puede ser reconocido en los films de Okeev.
Sobre
el tema de su película “La pastura de Bakay (El cielo de nuestra
infancia)”, de tinte autobiográfico, el director dijo: "Yo
deseo conservar la memoria de nuestros últimos representantes del clan.
Ellos nos han vestido y nos han alimentado. A menudo, nosotros los
ridiculizamos, pero nosotros tenemos mucho que aprender de ellos. Ellos no
beben, ellos no fuman. Ellos no son mercenarios y ellos nunca mienten.
Ellos parecen pertenecer completamente a la naturaleza”. La
frontera borrosa entre ficción y documental, el papel casi físico dado a
la naturaleza, el predominio de los gestos por encima de la palabra
hablada muestra al público, de una manera inteligente, un universo lleno
de privaciones pero alimentando esperanzas. Este universo es poético,
emocionalmente rico y sensual, pero propone, al mismo tiempo, grandes
interrogantes. Estos surgen de manera categórica en el final de “Ljutyj”
(The Fierce One / Hermano lobo, 1974, con guión de A.
Mikhalkov) donde se ponen en cuestión cuáles son los valores y las
conductas que deberían diferenciar al hombre de los animales salvajes. La
opera
prima
de Andrei
Mikhalkov-Konchalovski
con la cual el joven director egresó del
VGIK (donde fue alumno de Mikhail Romm) se centra en un tema
histórico: el fin de la guerra civil a inicios de los años veinte le dio
al nuevo régimen soviético la posibilidad de difundir su ideología a lo
largo del territorio. Los fervientes miembros del Partido Comunista
acataron esta consigna con un fervor casi misionero. Al
protagonista, el maestro, se le asigna la responsabilidad de impartir el
conocimiento e ideales revolucionarios en una pequeña aldea de Kirghizstán,
aún cuando el terreno no está del todo preparado para un cambio radical.
Su
misión vuelve a actualizar el drama de la imposición de la cultura del
Imperio, que representa la ilustración, sobre los “atrasados” países
sojuzgados. La colisión del maestro con las costumbres, hábitos y
creencias de los aldeanos, nos advierte de la fragilidad con la que se
comienzan a sembrar las nuevas ideas, a pesar del vigor y la tenacidad con
la que es asumida la tarea. Esta
mirada contrasta con el optimismo con el que se abordó durante la estética
del realismo socialista el rol del héroe positivo, quien era
mostrado sin contradicciones. El film deja entrever así la complejidad de
los cambios que se imponían, advirtiendo sobre la resistencia de las
creencias profundamente arraigadas en las culturas de los países periféricos
de la Unión. El haber podido expresar esta mirada sobre la historia de la
revolución rusa constituye un ejemplo del arriba mencionado “deshielo”.
En contraste podemos citar que el film “Andrei Rublev” de Andrei
Tarkovski del año 1966, con guión del propio A. Mikhalkov,
recién pudo ser estrenado cinco años más tarde. Pilar
del cine turkmeno, “Nevestka” (The Daughter-in-law/ La
nuera, 1972) evoca la infancia de su director, Khodjakuli Narliev,
en el pueblo donde nació, y resalta la relación entre las viejas
tradiciones y la modernidad. Las
mujeres tienen una presencia muy fuerte en la obra de este director. En “La
nuera”, la protagonista simboliza las millones de mujeres que
esperan el regreso con vida de sus seres queridos, que partieron a luchar
en la Segunda Guerra Mundial. Aunque la guerra no es tratada directamente
en la película, está presente en sus consecuencias. Su
fuerza la constituyen la fe, la abnegación y la perseverancia,
representando los valores que la cultura musulmana espera que las mujeres
expresen, quedando su destino supeditado a las decisiones de los varones
de la familia. “La
nuera”
evoca la belleza de un alma que en su esencia se asimila bastante con el
desierto. El film abre precisamente con una secuencia donde ella entierra
a su suegro en la arena como forma de aliviar los dolores reumáticos de
este. El
film trata de desentrañar visualmente este alma solitaria y casi muda a
través de largos pasajes sin diálogo, imágenes fragmentadas, flashbacks
y fantasías alegóricas que debe resolver el espectador. Otro
director
turkmeno es Satybaldy Narymbetov (1946) de quien
está programado su film del año 1994, “Kozymnin
Karasy” (Biography
of a Young Accordionist / Biografía de un joven
acordeonista), rodado
en Kazakhstán. Este
constituye un bello film acerca de la infancia, de corte semiautobiográfico,
con múltiples resonancias y de una inevitable asociación con el Amarcord
de Fellini. Es
la crónica de un niño kazakho en los tardíos años cuarenta, luego de
la Segunda Guerra Mundial, quien poco a poco se va convirtiendo en el
acordeonista más popular de la ciudad. En esta época, Kazakhstán era el
lugar donde se enviaban a los prisioneros japoneses, y a los rebeldes,
radicales o extremistas. Algunas
de las canciones que él toca son tonadas judías. El personaje de su
mejor amigo, Yuri, está basado en Yuri Mamin (1946), el aclamado
director judío ruso, cuyos provocativos films, incluyendo “Ventana
a París” (1993) y “Sideburns” (1990), le han acarreado las amenzas y los comentarios
antisemitas de los oficiales soviéticos. La
nobleza de esta película recae en las vívidas y profundas descripciones
que hace de las interrelaciones entre kazakhos, rusos y japoneses. Narrada
desde la mirada indiscreta del niño, esta propuesta es otro de los puntos
fuertes del film, con escenas que expresan admirablemente el impacto, la
sorpresa, la diversión o la fascinación de los distintos descubrimientos
del vedado mundo de los adultos. La nueva ola y despuésLa
historia de la “nueva ola kazakh” comienza con el regreso de
los directores diplomados en el V.G.I.K., formados en la clase de Serguei
Soloviev. Ellos pertenecen
a un pequeño grupo de realizadores del Asia Central que decidieron romper
con el “realismo socialista”. Su arte no desea más ser un instrumento
para machacar con consignas, sino una invitación a partir a la búsqueda
de nuevos significados. “Igla”
(The
Needle / La
aguja,
1988) de Rachid
Nougmanov (1954) es el film manifiesto de esta nueva generación que
emerge, constituyéndose en un film de culto, que además llegó a
convertirse en uno de los más taquilleros de la historia de las repúblicas
soviéticas. El
director escudriñó en el espíritu de la época, mostrándonos un
imperio que se desmorona y a sus escombros humanos. A la manera de los clásicos
del western, el protagonista, una especie de James Dean centroasiático,
llega a la ciudad de Almaty donde descubre la adicción a las drogas de su
ex novia y decide enfrentar numerosos obstáculos para salvarla de esta
adicción, para finalmente partir, en un final abierto. No
está ausente tampoco la presencia del Mar Aral, convertido en un desierto
a causa de las prácticas depredadoras de riego. De esta manera presenta
una visión sombría del paisaje y de la vida, en donde la posibilidad de
cambio parece más bien imposible. El
film de graduación de Serik Aprymov (1960) “Qijan”
(Terminus
/ Estación terminal)
de
1989
es uno de los pilares
de la denominada “nueva
ola kazakh” .
El
director ubica la acción en un pueblo de Kazakhstán, a finales de los años
ochenta, cuando la Unión Soviética ha comenzado a caer. La
historia es muy sencilla: un joven se reencuentra con sus amigos de
juventud luego de cumplir los dos años de su servicio militar. El
descubrimiento de la pérdida de ideales o búsquedas personales de éstos,
sumada a la conciencia de una existencia penosa y miserable, lo lleva a
abandonar su pueblo natal. La
descripción de la vida en el pueblo está firmemente arraigada en el
tiempo actual, alejada de cualquier mirada romántica a un pasado ideal,
un pasado que ha sido borrado. No hay referencias a su infancia, y
solamente el desempleo, el tedio y el alcoholismo, en definitiva, el
absurdo de una forma de vida, se encuentran presentes. Esta
idea de carencia se puede ver también en sus dos films siguientes “Aksuat”
(1997) y “Three Brothers” (2000). El pueblo en estas películas
existe como una sombra, una señal de pérdida – tanto nacional como
personal, tanto histórica como social.
La
película está bellamente filmada y montada; cada episodio está
firmemente compuesto y muy sobrio en el uso de los diálogos. Al mismo
tiempo es notablemente económica en su uso de elementos no visuales para
proporcionar profundidad o continuidad a la narración cinematográfica. “Estación
terminal”
constituye un
trabajo modesto, (neo)realista, próximo al documental, que evoca a
realistas ascéticos como Yasujiro Ozu y Robert Bresson. De
esta camada de realizadores, Darejan Omirbaev (1958) ha
surgido durante los últimos años, como el director más famoso de la "nueva
ola kazakh" en el circuito cinematográfico internacional. Este
reconocimiento se une a su trabajo magistral con los géneros cinematográficos,
manejando simultáneamente todas las convenciones establecidas e imprimiéndoles
una textura visual que es singularmente centroasiática. Dos cosas se
desprenden de esto: por un lado el género es inmediatamente reconocible
pero genera extrañeza, y por otro, la particular geografía urbana y
rural de Kazakhstan es universalizada. “Killer” (El asesino,
1998) es un ejemplo clásico de film noir: el destino del héroe
nunca está a su alcance o control a pesar de todos sus esfuerzos por
desembarazarse de una situación desesperada, que empieza como una
aparente ruptura menor de su vida cotidiana. De la misma manera, “The
Road” (El camino, 2001) es un road movie puro: el
viaje del héroe desde la ciudad (el presente) a su pueblo natal (el
pasado) para asistir a su madre agonizante se vuelve una jornada a través
del tiempo (presente y pasado) y la conciencia (realidad y sueño),
permitiéndole repasar su vida y su arte. La
reducción de los medios utilizados dentro de la puesta en obra del
relato, y la justeza de tono nos hacen evocar los primeros films de Jean
Vigo o de François Truffaut. Así
como cada película está bellamente rodada y mantiene su tono y ritmo con
notable consistencia, cada una de ellas también se asienta firmemente en
la vida del Kazakhstán actual. Pero esta realidad le sirve al director,
en “Killer”, para reflexionar acerca de la profundidad de la
crisis originada en los cambios políticos y socio-económicos,
funcionando como marco alegórico del deambular sin salida del
protagonista. En este sentido las problemáticas a resolver son más alegóricas
que personales. En
“The Road” para proponer una reflexión agridulce sobre la
condición del cineasta a través de un film introspectivo de estilo
riguroso. El tiempo deja su huella sobre el destino de los hombres, cuyo
recorrido se extiende como la estepa, en principio infinita, luego cada
vez más cerrada a la conciencia. Infancia, amor y muerte son los lados de
un triángulo existencial. El paso de uno a otro genera la inquietud que
es la base de la creación artística. El
protagonista encarna en toda su profundidad y lucidez el acercamiento
intelectual de un realizador de estilo único en el cine del Asia Central. En
este recorrido por los países, llegamos a Turkmenistán donde encontramos
a Murad Aliev (1951) quien representa las vicisitudes que tuvieron
que pasar algunos directores luego de la debacle de la ex URSS y la
independencia de las naciones de la región. Su film de 1996 “Notch
Jeltogo Bika”
(The
Night of the Yellow Bull / La noche del toro amarillo) nunca fue estrenado en su país debido a que el
presidente de Turkmenistán sintió que los turkmenos no estaban lo
suficientemente representados como héroes.
La única copia en fílmico
con la que contaba el director fue reeditada especialmente para el
Festival Internacional de Cine de Friburgo gracias al esfuerzo de Marina
Mottin, que la rescató del anonimato, y es la que se ofrece en esta
retrospectiva. La
historia aborda las consecuencias del terremoto que devastó la capital de
Turkmenistán en 1948 y causó la muerte de miles de personas. La dirección
magistral de esta película es enriquecida por una bellísima fotografía.
Es notable también el trabajo de edición a través del cual los pasajes
entre los fragmentos documentales a los de ficción, y viceversa, resultan
de una fluidez que tornan imprecisos los límites entre uno y otro. La
película ofrece, además, una de las últimas actuaciones del legendario
actor y director Rolan Bykov (actor en “Andrei Rublev”) quien,
en esta oportunidad, interpreta al melancólico director del orfanato.
Actualmente el director reside y trabaja en Moscú. La
figura de Yusup Razikov (1957) representa en Uzbekistán la búsqueda
de una identidad propia en el cine uzbeko. Según sus palabras: “el
período de regresión, de la vuelta hacia sí mismo, es un obstáculo
importante de sortear. Es como el mal necesario porque es imposible
alcanzar otros mundos sin un sentido del propio valor y de la
auotosuficiencia. La conciencia tiene que madurar y sólo madura cuando
atraviesa la búsqueda de la propia identidad.”
“El
cine uzbeco es, probablemente, de toda la región de las ex repúblicas
soviéticas, el único que tiene un apoyo sustancial de parte del estado.
Hemos desarrollado un programa según el cual el presupuesto gubernamental
alcanza para financiar seis largometrajes de ficción, cuarenta
documentales, cuatro películas de animación y cuatro infantiles cada año.
Tenemos, además, un programa adicional de video y otro de desarrollo de
la telenovela. Es obvio que nuestro gobierno estimula el crecimiento del
cine uzbeco. Nuestros espectadores van a ver nuestras películas y esperan
las próximas. Para nosotros es importante en este momento ser
internacionalmente reconocidos. Y las innovaciones estéticas son el
trabajo de nuestros artistas…”
El
director abordó en los films que se presentan aquí dos períodos
extremos del pasado soviético: En “Voiz”
(Orator
/ El orador), de 1998, la
historia de la revolución comunista en Uzbekistán se filtra a través de
las tribulaciones de un inocente trabajador atrapado entre los valores
tradicionales de la cultura islámica y la nueva ideología que él mismo
propaga. Esto
le acarreará problemas al verse él mismo impelido a modificar ciertos hábitos
culturales, como la poligamia. Esta fuerte contradicción puede asociarse
a la del film de Mikhalkov
“El primer maestro”, con la diferencia de que aquí el
encargado de difundir las nuevas ideas, no viene del afuera, sino que
pertenece al mismo pueblo. El
protagonista representa el destino de un país donde “los chicos
nacidos después de la independencia no conocen a Lenin, lo cual es increíble
para gente de nuestra edad” (Y.
Razykov).
En el momento de editar la película, el director usa fotografías de Max
Penson (1893-1959), cuyas creaciones artísticas están estrechamente
ligadas a la historia del país. La película, una despiadada sátira
impregnada del famoso sentido del humor uzbeko, es un intento muy personal
de reescribir la historia nacional usando héroes que son ciertamente
menos épicos que Tamerlan. En
el film “Ortok Boykenjaev” (Comrade Boykenjaev / Camarada
Boykenjaev),
de 2002, la anécdota es simple: a fines de los noventa, en un
pequeño pueblo de Uzbekistán, durante el último invierno comunista, las
autoridades de la ciudad deciden instalar el primer cementerio
internacionalista del mundo, donde coexistan todas las religiones. El
camarada Boykenjaev, un activo miembro del Partido será la persona a la
que se le asigne el trabajo de llevar a cabo la tarea. El
problema se presenta cuando el jefe local del Partido ordena que la
primera ceremonia de entierro tenga lugar el mismo día de la inauguración
del cementerio. Boykenjaev debe hallar entonces un cadáver... El
director nuevamente apela al humor, satirizando a un tipo de funcionario
burócrata reconocible en cualquier sistema político-estatal, cuyo
principal objetivo en la vida es cumplir con el deber. El film
divierte a través de la interpretación del actor protagónico, y de las
situaciones en las que se ve envuelto a fin de desarrollar su
“trascendente misión”.
Del
ya mencionado Marat Sarulu podremos apreciar su film “Altyn
Kyrghol” (My Brother, Silk Road / Mi hermano, camino de la seda),
de 2001, una co-producción de Kazakhstán y Kirghisztán. El
director tiene una amplia
trayectoria también como guionista: co-escribió el guión del film “Beshkempir”
(El hijo adoptivo) junto con Aktan Abykalykov y trabajó guiones
con el ya mencionado Chingitz Aitmatov. El
mencionado lirismo del escritor se puede apreciar también en este film,
dividido en dos partes, a la manera de un díptico. La primera “El faisán
dorado” describe el vagabundeo de cuatro niños a través del bosque en
camino de las vías del tren que corren siguiendo la legendaria ruta de la
seda. Este periplo se inscribe en un vínculo apacible con la naturaleza,
bellamente fotografiada en su esplendor, y que permite describir los
juegos, las picardías, las riñas y las risas de estos, en estado de
inocencia, estableciendo una verdadera oda a la infancia libre y
vagabunda. La
segunda parte y de mayor duración, “La ruta de la seda”, contrasta
con la primera al mostrarnos el conflictivo y brutal mundo de los adultos. El
director recurre a la metáfora del tren en movimiento como un microcosmos
cerrado en el cual se describen las conductas humanas a modo de un mosaico
o patchwork, y ubica en él a la figura del artista como el único capaz
de mostrar una realidad que los demás no alcanzan a ver o reconocerse en
ella. Es así como éste es finalmente expulsado del tren en marcha.
En
su encuentro con el artista, el líder de los chicos encuentra un camino a
seguir, alejándose de las vías, mientras un tren de juguete sigue
girando continuamente en un círculo cerrado. La
película es narrada con notables recursos de cámara en sus encuadres y
cambios de óptica, construyendo
en forma apropiada un espacio opresivo dentro del tren, en contraposición
al espacio abierto de la estepa. Las historias de los personajes son como
bocetos donde sus vidas quedan esbozadas, del mismo modo que lo hace el
artista con ellos. Cabe señalar también la sobria musicalización de
Baktybek Alicherov. El
film obtuvo los premios Grand Prix en el 24º Festival de los 3
Continentes (Francia) y Grand
Prix “Siclodo” en el 9º Festival internacional del Film Asiático de
Vesoul, France, en febrero de 2003. El
cine de los directores/as más jóvenes está representado por las películas
del tadjiko Djamshed
Usmonov
(1965), y de la kazakha Guka
Omarova
(1968). Ambos reflejan la situación de emigración en la que se
encuentran muchos de ellos. El
primero reside en Francia y la segunda en Holanda, pero tienen su mirada
puesta en sus países de origen y las historias están ubicadas en sus
pueblos. Del
primero se verá una coproducción de Tadjikistán,
Francia, Italia y Suiza llamada “Farishtay
Kirfi Rost” (Angel On The
Right / El ángel de la derecha) del
año 2002. El
título deriva de una fábula islámica según la cual un ángel invisible
sentado en el hombro derecho de una persona registra las buenas acciones
de ésta mientras que otro, sentado en el izquierdo, registra las malas.
De este modo, en el día del Juicio Final, la entrada al Cielo o al
Infierno dependerá de qué ángel haya registrado la mayor cantidad de
acciones. En consecuencia, esta película es básicamente una obsesión
por las negociaciones, las cuentas pendientes, los balances resultantes de
la lucha entre el bien y el mal. El
guión escrito por el propio Usmonov deja
traslucir los problemas del día a día de la sociedad de Tadjikistán, en
especial de Asht, “el lugar en
donde nací y en donde filmé tres películas. Tadjikistán
está atravesando profundos disturbios sociopolíticos y una guerra civil
que ya lleva años. El protagonista es el producto de estos eventos. Hamro
es egoísta y cruel, y es capaz de sacrificar cualquier cosa con tal de
satisfacer sus deseos. (…) Como director, creo que siempre intenté
tocar el tema de la naturaleza, la soledad y la religión.”
(D. Usmonov) En
el caso de Omarova “Shiza”
( Schizo/ Esquizo)
es su opera prima. Realizada en el 2004 es una coproducción de Kazakhstán, Rusia, Francia y Alemania. La
directora escribió su opera prima con la ayuda de Sergei Bodrov, cuya
novela Prisionero de las montañas,
había Ganado el Karlovy Vary Crystal Globe en 1996. El talento de Bodrov
para reproducir con autenticidad el entorno y crear personajes creíbles
fue decisivo en el desarrollo de la película, ya que Omarova era
hasta entonces una directora novel, que reveló su talento en este su
primer largometraje. De este modo, ella pudo concentrarse en ofrecer el
retrato de un personaje cuya singularidad puede provocar burlas de parte
de los demás pero quien, en realidad, asume la complejidad del pasaje de
la sórdida adolescencia a la adultez responsable. El
film fue incluido en la sección Un certain regard en el Festival de Cannes del mismo año. No es casualidad que haya tan sólo una película dirigida por mujer dentro de esta retrospectiva. Esto se debe a que la desproporción entre directores y directoras es muy grande, pudiéndose rescatar dentro de estas últimas los trabajos de Kamara Kamalova en Uzbekistán y Leyla Aranisheva en Kazakhstán. El peso cultural de la religión musulmana en estas regiones es también un obstáculo importante para el desarrollo de las mujeres detrás de la cámara.
Los cortometrajes. La
retrospectiva se complementa con cuatro cortos que reflejan también la
importancia de este formato en la cinematografía centroasiática. El
film de Marat Sarulu “Ergy” (The Fly Up / El vuelo,
2002) nos propone una mirada desencantada sobre la vida pueblerina, en la
cual el medio de salir de esta es “levantando vuelo”, en un sentido
literal y al mismo tiempo metafórico, a la manera en que Chagall lo hace
en su pinturas. El film mereció varios premios,
entre ellos en el 5º Brooklyn International Film Festival (2002); Gran Premio en el 11º
Festival Abierto de Cine “Kino Shock” de los países del CEI y del Báltico;
Premio Especial del Jurado en el 52º International Film Festival
of Mountains, Exploration and Adventure “Citta di Trento” (2004). “Adonis
XIV” (1977) de Bako
Sadykov (Tadjikistán) fue un film largamente prohibido en la URSS,
pero sin embargo obtuvo numerosos premios en el exterior, en los
festivales de Oberhaussen, Manheim y Odense.
A modo de fábula, es una amarga reflexión acerca del papel del líder
obsecuente que lleva al rebaño al matadero, sufriendo finalmente la misma
suerte. Producido por el V.G.I.K., el trabajo con los animales fue magníficamente
realizado, ya que sin que medie texto alguno logra transmitir la idea
central. Apelando
sólo al sonido ambiente y con una muy buena fotografía, la narración
fluye creando un clima y una atmósfera que al final deja apabullado a los
espectadores. El
film del turkmeno Amanbek Djoubaev, “Okhotnik Achov, mladchi
brat stchetovoda Akhmeda” (Hunter Achov, Accountant Akhmed’s
Younger brother / El cazador Achov, hermano menor del contadro Akhmed)
de 1987, nos vuelve a poner en escena la mirada del niño confrontada con
el decepcionante mundo de los adultos. Finalmente
“Kjadja, soup iz sobaki” (Kjadja, Dog Soup [Koean natioanl
dish] / Kjadja, sopa de perro [plato nacional coreano], 1988), del
uzbeko Djakhonguir Faïziev, nos muestra a modo de metáfora una
reflexión acerca de la crueldad de una sociedad totalitaria. En su
momento el film suscitó vivas controversias.
|
Investigación,
redacción y programación: Pastora
Campos Ernesto
Flomenbaum |
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